A principios de los años 20 las experiencias artísticas empezaron a ser aplicadas y traducidas al mundo de la arquitectura, naciendo así un audaz sistema constructivo basado en formas elementales, asimétricas y abiertas, negando cualquier monumentalismo e historicismo pasados.
Esta oleada se difundió por toda Europa a lo largo de los años 30 desarrollando visiones y conceptos desconocidos entorno a la naturaleza misma de la arquitectura y sus componentes.
Durante el periodo de entreguerras se inició un proceso de regeneración de los ideales artísticos tradicionales que se da a conocer como movimiento moderno y concretamente el nacimiento de un nuevo estilo arquitectónico: el estilo internacional.
Aprovechando las innovaciones técnicas del siglo XIX : acero, vidrio y posteriormente hormigón armado, la arquitectura se decantó por estructuras donde la base portante fuese independiente de las paredes de cerramiento, creando así una fluidez espacial y continua que difumina la franja, hasta entonces claramente marcada, entre interior y exterior.
Del mismo modo propugnó un uso honesto y natural de los materiales huyendo de revestimientos que oculten su apariencia y esencialidad.
Ahora la frontera entre el interior y el exterior queda anulada con un contacto absoluto de ambos espacios donde las paredes divisorias ya no responden a funciones estáticas ni estructurales, sino que pasan a ser elementos con total versatilidad y maleabilidad.
Esta indelimitación conecta ambientes con una elasticidad espacial de múltiples combinaciones de división del espacio, rompiendo con la rigidez y compartimentación que caracteriza la arquitectura decimonónica; ahora el espacio se rige por la continuidad fluida de un recorrido sin delimitaciones bruscas.
Desde un punto de vista ideológico funcional observamos también un giro que buscó la renovación social a través de la arquitectura de manera que esta ofreciera unas mejores condiciones de vida, no solo en el ámbito físico sino también un entorno que propiciara el desarrollo mental humano.
Una arquitectura al servicio del hombre, concebida desde y para el individuo.
Es importante también como se exponen nuevos caracteres de comprensión del espacio y su ordenación.
El problema esencial de la arquitectura en este momento es la casa familiar obrera que gracias a inéditos procedimientos constructivos brinda la posibilidad de crear delgados esqueletos estructurales basados en la “planta libre”, premisa fundamental de la concepción moderna del espacio.
Por otro lado, el problema de la vivienda obrera tiene su repercusión en el urbanismo que condujo a la arquitectura a un debate entre criterios cuantitativos y cualitativos.
Los funcionalistas optaron por la casa mínima y la estandarización de la construcción resolviendo dificultades de cantidad; no obstante la arquitectura orgánica se decantó por estructuras en las que la dignidad humana y el mensaje espiritual fueran el eje de su concepción.
Ambas alternativas no son, exclusivamente, diferentes expresiones de gusto sino que la concepción de nuevos espacios, así como la representación del tipo de vida que en ellos se lleva.
La arquitectura se concibe ya no solo como visión artística, sino que tiene un planteamiento social en el centro del cual se encuentra el ser humano en su dualidad cuerpo alma como leif motiv de la creación.
En lo relativo a la composición formal y paralelamente con las vanguardias artísticas, el estilo internacional se opuso al historicismo decimonónico y al decorativismo aplicado, apostando por volúmenes nítidos de superficies tersas y espacios diáfanos, continuos, sin delimitar ni cerrar.
Inclinándose hacia geometrías simples y articuladas que contraponen lo recto a lo curvo, en una comunión de contrarios perfectamente armónica.
Practica asimismo una riqueza expresiva individual, donde cada elemento tiene su propia autonomía e idiosincrasia, aún estando integrado en un conjunto de principios unificadores.
Se adopta una ornamentación que inserta materiales diversos y en contraste, con un fresco sentido del color, que llevan a un conocimiento psicológico del hombre.
Observamos dos vías formales : una de rasgos geométrico racionales y otra más orgánica y humanizada.
Comenzando el siglo XXI es fácil olvidar que nació una arquitectura que ahora nos es tan familiar, pero ese cambio supuso en su momento un giró sorprendente respecto la tradición.
En todo el mundo y, por lo que aquí nos concierne, los países nórdicos tomaron un impulso que capturaba los valores de la industrialización, pero también otros supuestamente eternos: claridad en la forma, proporciones elegantes y poca ornamentación.
Finlandia es una región de gran extensión, de lo contrario es un territorio escasamente poblado debido a que un alto porcentaje de su territorio está cubierto de lagos, pantanos y bosques.
La capa cultural construida es en vastas regiones sólo una delgada película sobre la superficie de una naturaleza imperturbable, con un papel destacado y central en cualquier de las facetas del país.
Es un ejemplo excepcional de la coexistencia entre la naturaleza, el hombre y el progreso.
En cierto modo es lógico, que la arquitectura sea el primer y más importante arte en Finlandia, ya que así lo imponen las coyunturas climáticas.
No obstante la arquitectura se sitúa en una relación silenciosa y respetuosa con su entorno; admirando la realidad natural, entendida como beneficio indiscutible del bienestar humano.
Es una arquitectura pensada para el hombre; eje de toda concepción constructiva y urbanística.
Esto ha dado lugar a un proceder concreto en sus edificaciones en las que siempre ha prevalecido el contacto directo con el mundo natural, en una integración armoniosa entre paisaje y arquitectura, naturaleza y técnica, vínculos que han sido de doble sentido.
En la arquitectura finlandesa es fundamental la unión exterior interior; una relación sin mediación alguna que entorpezca una fusión en la que el uno se integra en el otro en un sentido correlativo, creando un organismo único con partes claramente diferenciadas, pero vinculadas entre si con un mismo objetivo: componer un todo.
Arquitectura y naturaleza interactúan de manera que la una penetra en la otra en un parentesco próximo, fundiéndose pero respetándose.
El jardín como pequeña representación de lo natural es el límite de la vivienda, y su importancia supera o igual cualquier otra estancia; es el espacio de transición entre lo exterior y el refugio con escala en el porche que conduce al hall, como atrium romano, ejerciendo este de organizador central de los espacios.
Es pues, esencial la proximidad a la naturaleza, construyendo estructuras semejantes a pequeñas células en si mismas, pero integradas en un tejido.
Debido a su situación geográfica comprometida, Finlandia se ve totalmente determinada por unos recursos y condiciones meteorológicas limitados, que han hecho de su arquitectura un estilo y cultura con sello propio.
Su atmósfera y neblina crean una densa sensación de soledad que invade al viajero; no obstante esto tiene su repercusión en la arquitectura y el interiorismo. El mismo Alvar Aalto habla de los “dos rostros” de la casa finlandesa.
Uno presenta la unión inmediata con el exterior que pertenece a una tradición más meridional; el otro, “el rostro invernal”, se refleja en los espacios más íntimos mediante “una decoración que acentúa el calor”.
De todos modos su distancia no ha significado un aislamiento respecto a otras tendencias culturales; contrariamente en la arquitectura finlandesa, a pesar de las distancias, es fácil reconocer diferentes influencias venidas desde oriente a occidente, del mediterráneo a la propia Escandinavia.
Los materiales más comunes utilizados para la construcción cambian poco en Finlandia a lo largo de los siglos; en sus edificaciones predominan la madera y la piedra a pesar de que esta siempre sea dura y difícil de trabajar.
Por su parte la madera es fundamental en la arquitectura finlandesa, siendo desde épocas muy primigenias hasta la actualidad el principal material de construcción gracias a la técnica del encastre horizontal de troncos que perduró más allá de los años 40, que se inició su proceso de industrialización del sector.
Por este motivo es fundamental considerar la larga historia de este material y la lógica de cada uno de sus motivos.
La piedra también tuvo su destacado valor sobretodo en épocas medievales, pero con el tiempo el ladrillo rojo adquirirá un gran uso y valor social; incluso construcciones de madera se pintan de rojo para crear la sensación del ladrillo.
Igualmente la pintura fue cambiando de color según los dictámenes de la moda y la importancia de la construcción.
En las primeras décadas del siglo XX, con el cambio de siglo y la independencia de Finlandia (1917) hubo un giró en la línea arquitectónica hacia el racionalismo técnico en el que tuvieron un papel destacado Nyström, Lindqvist y Sonck, que perduró hasta los años 20.
Finlandia procuró crear un estilo propio, debido también a una urgente necesidad de identidad nacional.
Desde este momento hubo una fuerte oleada de clasicismo que recuperó las formas grecorromanas, pero su corta vida dio paso a finales de esta misma década a un pujante funcionalismo que desafiaba las problemáticas de los tiempos modernos y que quería liberalizarse de toda referencia histórica.
Es en este punto cuando encontramos las grandes aportaciones de Asplund, Bryggman y Aalto.
Posteriormente, y ya en fechas actuales, la arquitectura finlandesa ha tomado un papel destaco en el panorama constructivo por su sabia combinación de los elementos más propicios para un bienestar humano plural.
Aalto fue uno de los primeros arquitectos modernos en surgir en Escandinavia y Finlandia, ya desde principios de 1930 se dio a conocer a nivel mundial debido principalmente a su gran éxito con el Sanatorio de Paimo (1929-1933).
En estos años mostró una clara adhesión al funcionalismo; no obstante cinco años más tarde se oponía a él cuidadosamente, vinculándose entonces a un racionalismo humanizado. A lo largo de los años cuarenta y cincuenta tomó forma su versión del nacionalismo finlandés, defendiendo cierto tradicionalismo que se deformó hacia rasgos más monumentales y manieristas.
Nuestro análisis, sin embargo, se centra en esa transición del funcionalismo industrialista a la “humanización de la arquitectura”, punto donde encontramos Villa Mairea, una obra ligeramente excepcional en la evolución arquitectónica de Alvar Aalto.
Hemos tomado este ejemplar por su vanguardista concepción arquitectónica, pero también por la capacidad intelectual del arquitecto en la comprensión del hombre y su entorno. Por ello hemos creído de muy destacada relevancia las reflexiones y escritos del propio arquitecto, no solo sobre el mundo constructivo sino también sobre aspectos sociales, culturales y vitales; por ello hemos integrado de manera textual algunas de sus palabras por su claridad y lucidez.
No se ha pretendido hacer un estudio muy exhaustivo ni detallado de cada uno de los aspectos de la obra; por lo que hemos optado por un discurso más genérico, pero no por ello simplista, sino que intenta englobar y captar los principios del pensamiento arquitectónico de Alvar Aalto.
A la vez, con ello hemos querido hacer también un pequeño esbozo de determinados lugares comunes de la arquitectura que creemos esenciales y que ayudan a una mejor definición y comprensión de la misma. En definitiva, Villa Mairea es la excusa para tratar las bases, que creemos, esenciales y que dan significado a la arquitectura.
Queremos plantear aquí la síntesis de contrarios tan común en la práctica de Aalto: la naturaleza y la arquitectura, el hombre y la ciencia, la tradición y la modernidad.
Una fusión atemporal entre la tradición finlandesa y las formas orgánicas frenadas por un racionalismo que integra respetuosamente la naturaleza como elemento esencial de la estructura arquitectónica; no como mero paisaje o pretexto decorativo.
Pone en debate el funcionalismo y la tecnología como servicios para una más placentera relación con el medio ambiente, no como destrucción.
Esta reconciliación entre arte y ciencia, arquitectura y naturaleza, técnica y hombre es llevada a cualquiera de los ámbitos y procesos del conjunto arquitectónico; desde la topografía, los materiales, las texturas, la luz... a partir de una teoría muy personal, sobre estos conceptos y la habitabilidad del ser humano en el entorno natural, siempre apoyada en textos del propio Aalto.
Villa Mairea se debate entre lo antiguo y lo moderno, entre lo finlandés y lo extranjero. Una única dicotomía agrupa el resto de debates desarrollándose a lo largo de toda la obra: la máquina y la naturaleza; constante en su trayectoria, pero también fundamental en Villa Mairea un trabajo considerado peculiar; pero que mantiene y adapta las esencias del pensamiento aaltiano. Villa Mairea es, en palabras del propio Aalto, un opus con amore.
Naturaleza vs. Arquitectura :
Lo que justifica el hecho arquitectónico es la necesidad humana de habitar, concebir espacios confortables que permitan que sus actividades puedan desarrollarse con buen termino.
No obstante, este no es el único objetivo a tener en cuenta, ya que del mismo modo deberá cumplir unas funciones biológicas y prácticas, pero también condicionadas por factores culturales, estéticos, técnicos y económicos, que no pueden ser olvidados.
No se hace arquitectura con uno solo de estos principios, sino con un balance armonioso en el que todos tengan su particular participación que permitan un equilibrio entre el arte y la técnica, siendo útil a su destinatario pero también acorde con el medio que le rodea.
El hombre desde sus orígenes más primigenios fue capaz de ir contra la naturaleza para adaptarla a sus intereses y necesidades dando lugar a una contradicción constante y perdurable a lo largo de los siglos entre el hecho natural y el artificial, cuando los dos actos tienen esencias diferentes y no son susceptibles de ser comparados.
Tomando la arquitectura como paradigma de la artificialidad característica de lo humano, queremos plantear la relación que se establece con la naturaleza.
Nos preguntamos pues, si la arquitectura debe ser la expresión del dominio del hombre sobre la naturaleza o si por el contrario, debería ser una respuesta a la realidad del lugar donde se sitúa.
Debe mostrar la arquitectura su esencia artificial o debe disfrazarse en el mundo natural?
Parece indiscutible que la arquitectura es un acto artificial, es violenta con el paisaje, no debe negar su carácter de no naturalidad ni de urgencia para la vida humana, pero no por ello su actitud debe ser tan aniquiladora; creemos pues que es fundamental un replanteamiento de los parámetros que evalúan la arquitectura; ello no implica la perdida de condicionantes de cualquier otra índole, que son también de gran relevancia en la arquitectura local y exclusiva de cada zona.
Hoy es urgente afrontar esa escisión inevitable entre lo natural y lo artificial en busca de una conciliación de las necesidades de la sociedad con el resto de especies del planeta.
El siglo XX es el mejor ejemplo de esta dualidad de la arquitectura, ya que estas cuestiones entorno a la presencia de lo artificial en la realidad natural se plasman de manera muy evidente debido a un auge urbanístico in crescendo.
La ciudad es el símbolo de la victoria destructiva del hombre sobre la naturaleza, es el signo de una exaltación tecnológica.
Sin embargo, como asentamiento urbano en el que la industria y la máquina han intervenido decisivamente, acusa sus efectos en el ámbito urbanístico, arquitectónico y visual.
La metrópolis se erige como una nueva imagen, un emblema de la nueva modernidad principalmente representada por el rascacielos.
Siguiendo las premisas cartesianas, la ciudad como problema, se descompone por zonas, funcionando como una máquina productiva; el delirio máximo del racionalismo lleva al intento de planificar la inmensa complejidad de una ciudad mediante la descomposición de estructural formales y funcionales simples.
Obviamente esto tuvo una fuerte repercusión en la organización de los medios urbanos y, ante la tendencia cada vez más asfixiante de centros sociales que cumplían las tareas antes domésticas, se observa una reducción del espacio privado del hogar.
Esto se acusa no solo en la arquitectura sino también en el urbanismo y las relaciones sociales.
A partir de los años 40, desde la propia arquitectura hubo una contestación a esta confianza desmedida en la razón y ese utopicismo se vuelve en distopia.
El racionalismo entra en crisis y nace así, una arquitectura más naturalista, más humana, más empirista; lo que conocemos como arquitectura orgánica; es en este momento donde encontramos a Alvar Aalto; un pionero en este nuevo pensamiento que plasma no solo a través de sus obras sino también de sus escritos.
Y Villa Mairea es el primer paso, el primer indicio de esta nueva mentalidad.
Aalto era un optimista del progreso, no obstante no parecía tener demasiada fe en ese progreso tan venerado a principios del siglo XX, por lo que presenta una teoría humanizada de la ciencia, en la que la ciencia es un instrumento para el individuo y no a la inversa.
Esta visión menos violenta nos sentaría perfectamente a este nuevo siglo que hemos iniciado, por lo que debemos ensalzar la capacidad visionaria de un hombre que supo ver los temores de un mundo en constante movimiento, pero que había cometido el tremendo error de olvidar que el hombre es el dueño de la máquina y no su esclavo.
Se esmeró siempre por poner la tecnología al servicio del individuo, y no por ello suprimirlo. Junto a la naturaleza adaptó la arquitectura, sin desaparecer en ella, sino contraponiéndose y articulándose de forma mutua.
La tecnología para Alvar no tiene sentido sin un carácter humano que la rija y por ello niega que la arquitectura sea una técnica, la arquitectura es una forma de creación supra técnica, ya que en ella se aglutinan muchos otros factores, es una tarea de combinación de miles de vitales funciones humanas.
Suponemos que Aalto temía de la deshumanización de la arquitectura, a la que le otorgaba una misión que abarcaba mucho más de lo meramente constructivo; le exigía una coherencia urbanística y social, una comprensión de la sociedad, las ciudades y sus costumbres.
Esa es la doble vertiente de la arquitectura, no puede liberarse de las contingencias humanas (...), sino que al contrario, debe aproximarse a la Naturaleza, (...) la expresión arquitectónica debe desarrollarse con la misma libertad que las bellas artes, pero permaneciendo ligada al hombre y sus exigencias.
Plantea una relación orgánica entre el edificio y la naturaleza incluyendo en ella al hombre como ser central de este triple enlace.
La naturaleza es para Aalto el origen y máximo símbolo de la libertad, de este modo debe ser el soporte de nuestros proyectos proporcionando una amplia riqueza de combinaciones formales en “crecimiento orgánico” que si pueden ser el modelo de una posible estandarización arquitectónica.
Es lo que Giedion denomina un “irracionalismo-orgánico” a lo que Dorfles ha contrapuesto como “organicismo-racionalizado”; en definitiva una relación armónica entre la razón y un sentimiento más próximo al mundo natural.
Situada en el claro de un bosque de pinos, encontramos esta seductora villa, cuya manifestación en el entorno es discreta y tímida sin espectacularidades aparentes.
En este edificio es evidente la constante reflexión sobre el hecho arquitectónico a la hora de concebir su estructura y localización, es tan importante la estructura como el espacio donde se encuentra.
La arquitectura es comprendida como un entramado biológico, con sus células y su núcleo donde todo tiene sus conexiones en función de un todo.
En general, se observa la idea de tratar la arquitectura y su interior como metáfora y analogía de la naturaleza.
“La arquitectura -explicaba Aalto- debe ofrecer en todo momento los medios para posibilitar una relación orgánica entre edificio y naturaleza.
La naturaleza es, en el fondo, un símbolo de libertad”.
Villa Mairea trasmite esta libertad; una casa que en su máxima esencia está el ser vivida y también contemplada, ya que la contemplación es inherente a la vivencia y no a la crítica distante.
Mairea es un ejercicio de horizontalidad a ras de suelo, donde las diferentes estructuras se combinan como un amalgama celular único y unitario compuesto por naturaleza y arquitectura, donde la linde entre uno y otro es casi imperceptible. La naturaleza se convierte en parte activa del edificio.
Aalto es capaz de combinar con maestría masas anchas horizontales y superficies verticales como una abstracción del paisaje finlandés.
La articulación espacial del edificio tiene un doble juego; en relación con su entorno pero también sobre si mismo y su propio interior; posee una doble personalidad que le otorga una relación directa y estrecha con lo natural pero a la vez le permite cierto distanciamiento.
Plantea una distribución orgánica equivalente a las estructuras biológicas de la naturaleza y la arquitectura interpreta el mismo papel que cualquier otro elemento del mundo natural.
De forma supeditada también incluye la naturaleza en su lenguaje arquitectónico, mediante una agrupación orgánica de habitaciones, formas libres, no geométricas y la interacción entre la edificación y el entorno natural.
La forma curva es la clave de un proyecto esencialmente orgánico donde el estudio de los recorridos exteriores permite una ordenación del edificio, que nos lleva de lo natural a lo artificial sin una transición brusca.
Se sumerge en una naturaleza virgen con itinerarios sinuosos, evitando la rigidez y el contacto demasiado directo con la arquitectura, la organización de la planta en su espacio se presenta de modo tangencial, evitando enfrentamientos frontales.
La metáfora de la naturaleza bajo la apariencia de la línea curva es clara, mas se opone de manera armoniosa al racionalismo de la arquitectura; es la equilibrada combinación entre lo emocional y lo racional.
La planta se erige como un elemento artificial dentro de lo natural, es pues, el paso de la naturaleza a la arquitectura; su estructura semi cerrada crea una unidad circunscrita, integrada en la naturaleza de la que parece protegerse, preservando su independencia.
Se sitúa en el espacio como un elemento independiente y autónomo, sin embargo se deja empapar por el exterior participando de lo natural.
La forma de herradura de caballo de la planta se abre hacia el centro vacío del bosque, sumergiéndose en lo natural creando serpenteantes caminos, la naturaleza es el organizador del conjunto.
La estructura establece diferentes grados de relación con lo natural; desde un absoluto aislamiento respecto de la naturaleza, pasando por una convivencia entre ambos para pasar a una anulación de lo arquitectónico para fundirse en la naturaleza.
Son tres fases de un trayecto que pauta una transición de lo artificial a lo natural sin rupturas forzosas. Un ejemplo de ello es el camino transcurrido desde la estructura del edificio a la piscina nos explica la transición de lo artificial a lo natural, hasta llegar a la sauna, el primer contacto directo entre lo típicamente finlandés y la naturaleza, donde la madera, el agua y el vapor se funden en el cuerpo del hombre; es un espacio de libertad y reposo personal; finalmente es la piscina la que establece esa unión directa con la naturaleza; su perímetro nos remite directamente el lago finlandés y a la importante presencia de lo vegetal, el agua y la roca en la tradición constructiva de Finlandia.
En su arquitectura, los materiales y sus texturas son fundamentales, pero igual de importantes son la tierra, el agua, el viento y el sol; un contacto directo con la naturaleza viviente que pretende preservar el bienestar físico y mental; para ello siempre fue factible la facilidad de acceso a los bosques a través de espaciosas terrazas.
Esto permite la mudanza de un ámbito al otro.
Aalto muestra cómo la arquitectura nace de la naturaleza y a la inversa; una disolución donde ambos componentes se realimentan en el proceso de creación y dan lugar al conjunto.
De este modo Aalto otorga al arte un valor indiscutible, una esencia semejante a la de la naturaleza, son dos mundos naturales autónomos, con una idiosincrasia y unidad biológica propia con una influencia recíproca que permite una profusión de formas exuberantes que da resultado a millones de combinaciones flexibles donde no cabe lo estereotipado
Esta aproximación delicada al mundo natural lleva a Aalto a un uso congruente de los materiales que la misma riqueza local ofrece, y es en Mairea donde esta actitud se hizo universal en la carrera de Alvar, con un absoluto aprecio por los elementos simples y directos; desde la madera, al cristal, al cuero... como texturas que matizan el espacio vacío y luminoso que propone la arquitectura moderna.
Conoce bien las posibilidades de los materiales y sistemas constructivos nacionales, aunque renovará sus usos dándoles un aire nuevo.
La naturaleza le propone a Alvar una amplia gama de medios materiales, que con gran sutileza manipula respetando siempre su uso y su propio vocabulario formal.
Mairea es el prototipo aaltiano del naturalismo, no exclusivamente por la relación espacial con la naturaleza, sino que es también comprendido por el uso de sus recursos materiales.
En ella se combinan de forma yuxtapuesta, y eso sea quizás el gran mérito, el hormigón más tecnológico con la madera más pura; se puede apreciar tanto en el interior como en las fachadas.
La madera, en diferentes variantes, es el elemento de mayor importancia en la villa, brota espontáneamente en delgadas y esbeltas planchas verticales que integran el bosque en la casa, la habitan; es la máxima expresión de la integración de lo natural en la arquitectura.
Muchos son los detalles en los que vive este naturalismo de raíz oriental, con un carácter casi espiritual, que hace de la naturaleza un ser todopoderoso; sin embargo lo más destacado es esa cohabitación espacial entre lo natural y lo artificial que Aalto consigue de manera majestuosa.
Una amplia capacidad de enlazar actitudes tan contrarias en una síntesis de solución no solo bella, sino nacida desde el intelecto para ser funcional pero también tranquilamente apasionante.
Hombre vs. Racionalismo :
Hasta cerca de los años setenta, la producción científica y tecnológica no era cuestionada, es decir, la ciencia era el conocimiento verdadero y todo cuanto desarrollaba era considerado como bueno para la sociedad y para el hombre.
Nadie que no estuviese introducido en este mundo era capaz de criticar o poner en cuestión los avances científicos o tecnológicos, esto era el progreso, la única solución para avanzar la humanidad en todas sus vertientes: militar, económica, y social.
Hablamos aquí de saber científico, como definición general, marcado por una razón dogmática y rígida que a principios del siglo XX nace de forma efervescente entroncando principalmente con la razón analítica, aquella que se basa en procesos lógicos y matemáticos que tienden a la abstracción.
Es un momento culminante en la búsqueda por la utilidad, con la premisa de que la forma es un resultado de la función.
Wittgenstein escribió “el significado es el uso”.
Este uso genérico del concepto de “ciencia” aludiría de manera más acotada al fenómeno arquitectónico del racionalismo, del que aquí nos ocupamos.
En un principio el funcionalismo fue comprendido como una aplicación al sistema industrial, pero esos mismos métodos fueron reconducidos a la esfera de lo humano y psicológico; es en esta atmósfera donde el hombre queda relegado a un segundo plano, un engranaje más del sistema; como ya lo aventuraban Charles Chaplin en sus “Tiempos Modernos” o Fritz Lang en “Metropolis”: A pesar de ello nada ha cambiado, sino que se ha incrementado bajo una falsa apariencia de libertad y democracia que han hecho del hombre un cyborg, una mixtura de computadora, hombre y animal.
El arte en general, y la arquitectura en particular, viven un momento de mito alrededor de la sociedad científica y racionalmente ordenada; experimentan entorno a un método de subdivisión el mundo en entidades elementales.
Esta compartimentación funcional no tiene en cuenta la vivencia humana; es únicamente la solución de un problema social y cuantitativo que olvida en todo momento el fin de sus objetivos. Esta actitud de descomposición y elementarismo del racionalismo se mantiene aumentada en las arquitecturas postmodernas del high-tech.
Pronto el racionalismo empezó a acusar su extremismo y sobretodo después de la Segunda Guerra Mundial fue interpretado como un mecanismo de empobrecimiento de la realidad; señaló Walter Benjamin que la razón y el progreso tiene un carácter ambivalente; si por un lado el desarrollo tecnológico y el aumento de la socialización comportan una mejora de la vida humana; por otro lado, son instrumentos para un más perfeccionado plan de dominio del hombre y de explotación de la naturaleza.
Aalto comprendió que esta civilización industrial traía consigo nuevos problemas, y abrió los ojos ante un devastador racionalismo que él mismo practicó, pero que abandonó por su doble acción estandarizadora: arquitectónica y humana; decidiéndose por valores más humanistas.
El propio Aalto dijo: “El hombre pequeño se encuentra atrapado entre la nueva eficiencia y la antigua versatilidad”; y así es, el individuo se haya desconcertado en un nuevo espacio, que no domina, a pesar de su talante de cómoda accesibilidad, pero realmente es un elemento de control social que marca nuevos comportamientos comunes.
Aalto plantea la arquitectura como una rama del conocimiento científico-técnico, ligeramente desvinculada de ese maquinismo preponderante, para dar una visión de lo arquitectónico como un hecho con carácter más humanista, más próximo y directo al hombre que podría extrapolarse al conjunto de toda la ciencia.
Con ello, no quiere decir que se negara a los aspectos positivos del industrialismo, pero si luchó por un empleo de lo científico que fuera más humano y diverso; alejado de cualquier uniformidad y monotonía, optando por una “prefabricación flexible” de la arquitectura, análoga a las estructuras de la naturaleza; permitiendo una sociedad más igualitaria, con una mayor independencia individual.
La naturaleza es la gran fuente de creatividad, guiada por el sentido y los sentimientos que le llevan a una estandarización “descentralizada”.
Es posible usar la estandarización y la racionalización en beneficio del hombre. La cuestión está en qué deberíamos racionalizar (...), desarrollar una estandarización elástica que no signifique un control sobre las personas, sino que esté bajo nuestro dominio (...), una estandarización con rostro humano. Podríamos crear algo que ofreciera más al hombre (...) es una cuestión de espíritu, del alma, una cuestión sobre lo que es la función del intelecto en la estandarización.
Según Aalto el racionalismo debe ampliar y profundizar sobre su propia idea con el fin de alcanzar un ambiente más amable para el ser humano y para ello es importante tener en cuenta las “exigencias psicológicas” del individuo evitando así resultados inhumanos.
La socialización de Alvar Aalto se debe también a un fuerte impulso y deseo de búsqueda de una identidad nacional que atañe tanto a lo social como a lo artístico.
La arquitectura como medio unificador de lo social y lo artístico solidifica las bases de un patriotismo que se halla en plena gestación.
La vocación y ambición principal de Aalto nunca fue proyectar grandes obras para el confort de una pequeña clase privilegiada, sino que su compromiso por una sociedad democrática le condujo a una investigación que permitiera a todo hombre un hogar decente garantizado, una “vivienda mínima”.
La inédita articulación de los espacios públicos requiere “re-crear” el orden que es vital para una comunidad socialmente organizada; actuando como modelo tanto para la vivienda individual como para los conjuntos de viviendas.
Se olvida al hombre (...) Y, sin embargo la arquitectura verdadera sólo se puede encontrar donde se pone al hombre sencillo en el centro. Esa es su tragedia y su comedia.
Ante su poética arquitectónica de carácter social hallamos esta encantadora villa, ejemplo de una irregularidad intencionada, una licencia dentro de su evolución.
No se trata de una obra fruto de la absoluta reflexión; en ella se halla también el talento improvisador de Alvar Aalto que se sitúa entre el funcionalismo internacional y la degeneración hacia el organicismo.
Villa Mairea es un caso distinto. Su petición viene dada desde la clase acomodada y se aleja de los ideales socializantes de la arquitectura aaltiana; no obstante, a pesar de ello Aalto nunca olvida al individuo en sus construcciones, ya que es tarea del arquitecto conferir a la vida una estructura amable y beneficiosa para el hombre.
Para Aalto, es el hombre el punto de partida de toda arquitectura, donde cada solución es un compromiso que se puede alcanzar más fácilmente si se observa al hombre en su extrema debilidad.
Nos ofrece así una nueva arquitectura que se basa en métodos socio-artísticos, extendiéndolos a la comprensión de los problemas psicológicos, profundizando en el conocimiento del hombre como ser desconocido.
El sujeto humano, como tal, se sitúa en unas coordenadas espacio-temporales que le otorgan una presencia en el mundo; es pues la arquitectura la encargada de apaciguar la lucha entre el hombre y la naturaleza; y no es el racionalismo el mejor intermediario, de manera que la arquitectura debe humanizarse para ser más afín con el entorno natural.
El funcionalismo técnico sólo tiene razón de ser si se extiende también al campo psicofísico. Es la única manera de humanizar la arquitectura.
Los clientes, el matrimonio Gullichsen, industriales madereros muy importantes en el país y entusiastas del arte, buscaron una casa que plasmara los ideales vanguardistas de la época: “una casa moderna, experimental y que estuviera comprometida con el siglo XX”.
Maire Gullichsen, pintora de vanguardia descubrió en Aalto sus intereses plásticos cercanos a Picasso, Matisse o Léger, y en 1937 le solicitaron el proyecto de la construcción de su casa en Noormakku; en Finlandia occidental.
Esta conexión con el mundo artístico se intentó plasmar en el edifico confiriéndole un énfasis más profundo y humano, dando paso también a una experimentación de nuevas posibilidades para la arquitectura, así como un estudio de las relaciones entre arquitectura y vanguardias.
Los futuros habitantes son el motor que ha dado lugar a esta creación, y a través de la amistad con el arquitecto, en un contacto constante supo captar las ideas de unos jóvenes modernos que anhelaban una nueva concepción de edificio.
No por ello, Aalto abandonó sus creencias arquitectónicas y fue fiel a ellas.
Villa Mairea contrapone al hombre frente a este violento racionalismo, pero da pie a una buena convivencia en la que la naturaleza propicia una mejor atmósfera que no solo beneficia al estado ánimo de sus habitantes sino también a un mejor diálogo con la arquitectura.
De este modo pone en crisis el formalismo racionalista, en favor de un equilibrio y variedad de formas que la retícula moderna coarta.
No abandona la línea recta, pero si que la combina con siluetas ondulantes. Ofrece una ordenación espacial de elementos contrarios sin necesidad de seguir la estricta red propuesta por los modernos, permite una asimetría de las masas con formas voluptuosas y ergonómicas.
En palabras del propio Aalto: “En esta construcción nos hemos esforzado por evitar un ritmo arquitectónico artificial”. La línea curva como imagen máxima de lo natural se enfrenta a las estructuras racionales de la arquitectura, es la combinación perfecta entre lo emocional y lo racional; estos dos polos no permanecen aislados e independientes sino que se crea un nuevo elemento que da paso a un tercer concepto, es la deconstrucción de contrarios a favor de nueva idea que englobe a los dos.
Mairea nos consagra una visión naturalista de la arquitectura, aún también con un orden cartesiano al estilo constructivista que se identifica con la idea de progreso tamizada por la visualidad humanista de Aalto.
Tradición vs. Modernidad :
A lo largo de toda la Historia del Arte el paso de un estilo artístico a otro se ha caracterizado por su ruptura con la moda inmediatamente anterior y de este modo se han ido sucediendo los periodos artísticos en una negación del pasado y la afirmación del nuevo presente. Sin embrago, el paso de una tendencia a la otra implica la creación de una ideología que nace fundamentada en una recuperación de unos nuevos valores que provienen de la reinterpretación de lo antiguo.
Es este contacto permanente entre presente y pasado lo que hace extender el conocimiento, es siempre un redescubrimiento y ampliación de la tradición cultural.
Baudelaire ya lo decía: “La modernidad es lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente, la mitad del arte, cuya otra mitad es lo terno y lo inmutable”
En 1900, con el inicio del nuevo siglo, nació una novedosa cultura: la vanguardia, surgida desde las clases sociales burguesas.
Se construyó como un sistema libre y diferenciado respecto todo lo anterior, centrada en valores científico-técnicos con un fuerte antagonismo por la cultura tradicional, oponiéndose a cualquier historicismo; quisieron crear una cultura del presente dirigida al futuro, surgida a partir de una sociedad todavía en edad infantil.
Vitoreaba un fresco sistema que desbancara todo aquello pasado e instaurado, pero su discurso acabó por convertirse en un programa tedioso y conservador.
Esa férrea autoafirmación, infundamentada y ausente de tradición ha hecho que se perdiera toda su energía y sustancia radical. Igualmente su intención integradora entre el arte y la vida fue un deterioro insistente que llevó a un gran nihilismo cultural de la sociedad moderna.
Es este vació de contenidos lo que mejor a definido el sueño utópico de un programa cultural moderno que cayó en decadencia debido a la suma de diversos factores que hicieron que la vanguardia dejara de tener razón de ser.
Braque ya anunciaba que “ el provenir es la proyección del pasado condicionado por el presente”
En las primeras décadas del siglo XX, con la aparición estelar del movimiento moderno, parece olvidarse de la tradición del siglo XIX cuando muchas de las innovaciones de aquel siglo se deben a una recuperación redefinida de las aportaciones del pasado. Aalto, sin embargo es consciente de sus fuentes y orígenes; parece no perder el horizonte ante el hechizo de lo moderno.
La fascinación a nivel mundial, y concretamente de los Gullichsen, producida por la Fallingwater de Wright (1936), así como su nuevo planteamiento y presencia en la naturaleza pesó sobre el encargo de Aalto.
Sin embargo, pronto emergió una nueva síntesis que hizo modificar el proyecto inicial.
Aalto consiguió una arquitectura que combina lo racional y lo emocional, con antiguos recursos reformados que dan lugar a una amplia gama de posibilidades expresivas para la arquitectura.
Villa Mairea está impregnada de una revolución consciente contra los motivos constructivos y funcionales que el racionalismo precoz cultivaba hasta el extremo.
Critica la obsesión del Movimiento Moderno por el mundo de las formas, cayendo en excentricidades infundamentadas, cuando tendría que ocuparse de indagar en dar un aspecto más alegre y personal a la arquitectura.
Aalto fué participe directo en la revolución arquitectónica; sin embargo posteriormente pareció distanciarse de la nueva arquitectura por abandonar su tarea investigadora en favor de una dictadura formal.
Aalto plantea aquí una deconstrucción, al puro estilo de Derrida, de las pautas modernas donde por encima de todo el de-construir no es un acto destructivo o de negación, sino que posee un sentido creativo que implica una nueva alternativa.
De este modo se ponen en tela de juicio las posiciones estilísticas y de articulación arquitectónica de la modernidad enriqueciéndola con una novedosa actitud hacia los materiales y con un concepto distinto del lujo.
En este aspecto radica la gran aportación y modernidad de Villa Mairea, en polemizar entorno del presente con una inédita actitud hacia el futuro, sin olvidar el pasado y la cultura autóctona.
En Mairea se ha buscado una forma completa y consistente, no surgida de una exacerbada ansia de originalidad, dice él textualmente: “Sólo cuando se llega a la forma al mismo tiempo que al contenido o en estrecha combinación con él, podemos hablar de un paso adelante, pero entonces la forma como elemento separado ya no nos interesa” .
De este modo exige una razón solidaria de los diversos elementos y solo esa correspondencia se alcanza a través del arte; es lo que da valor a los aspectos técnicos.
La forma es un misterio que elude la definición pero que hace sentirse bien al hombre a diferencia de la mera ayuda social.
La forma es el fin, no el origen, de un proceso extenso y complejo en el que principalmente ha de existir la presencia humana por encima de cualquier otra cosa. Aalto afirma que “los problemas más difíciles no están en la búsqueda de una forma para la vida actual, sino más bien del intento de crear formas que estén basadas sobre verdaderos valores humanos”
El empleo de cualquier condicionante formal es para Alvar un impedimento para la arquitectura ya que degrada su esencial significado y eficacia en su participación plena con la naturaleza.
Por lo que podemos inscribir perfectamente a Aalto en la poética de Adolf Loos por la cual el ornamento produce cierta decadencia cultural, no obstante en el caso de Villa Mairea esta afirmación tendría ciertos matices.
En Villa Mairea nos atreveríamos a decir que es el punto de inflexión en la carrera de Alvar, ya que en ella podemos entrever ciertos rasgos que podríamos clasificar como modernistas por su declarada asociación con la naturaleza de la que hasta entonces permanecía más distante.
Mairea presenta el rupturismo y provocación de las vanguardias con rasgos propios del funcionalismo, pero también del cubismo francés o del esencialismo formal de Brancusi, Arp o Klee, es una mezcolanza pertinente y argumentada.
La sensualidad de las formas nos remiten a la vez al perfil del lago finlandés, así como la figura femenina o la guitarra, un elemento reiterado en los collages cubistas, tan afines al matrimonio Gullichsen.
Vemos esa dualidad entre lo antiguo y lo moderno integrado con absoluta elegancia, que no pierde la validez del pasado por la búsqueda de una extravagancia sorprendente, sino que existe una investigación entorno al pasado enfocado hacia el futuro.
Para Aalto el pasado no es solo una referencia cultural sino que es una fuente constante de conocimiento, que debemos contemplar sin prejuicios pero manteniéndonos fieles a nosotros mismos, y bajo la interpretación personal nos conducirá a la modernidad inconsciente y no a una singularidad fingida.
“Ser diferente no es contradictorio con lo anterior.
Al contrario, sólo un contexto en el que los elementos inorgánicos y obsoletos hayan sido eliminados puede hablarse de personalidad”
Niega el tradicionalismo que radica de manera exclusiva en la forma y potencia una tradición genuina basándose en la larga y rica tradición de las artes aplicadas como fuente destacada de estudio.
Lo pasado nunca renace. Pero tampoco desaparece por completo. Y lo que ha existido alguna vez siempre reaparece bajo una nueva forma.
El error está en el desconocimiento de las leyes que relacionan la tradición con la labor creativa presente porque los vínculos entre uno y otro son en ciertos casos bastante evidentes.
En Villa Mairea esto se ve agudizado por la proximidad al mundo artístico de los propios clientes.
Del mismo modo Aalto muestra su arraigo a la tierra a través de los ingredientes locales y toscos de su Finlandia natal que justificados con gran refinamiento han dado lugar a un lenguaje formal coherente pero innovador, que demuestran un agudo entendimiento de las particularidades de cada lugar.
En Mairea, la forma esta elaborada partiendo no solo de las nuevas corrientes sino basada también en la tradición local, por lo que hay una ausencia de voluntad de una ruptura polémica con el pasado finés, estableciendo lazos con la cultura popular autóctona; con un movimiento nacional consciente de las diferentes poblaciones, economías, geografía y sociedades del país.
Lo natural y lo artesanal propio de Finlandia prevalece por encima del industrialismo universal, llevándolo a la categoría de exquisitez, donde la tradición romántica finlandesa y la personal noción de la estética nipona llevan a Aalto a una particular apariencia arquitectónica.
Lo finlandés y lo japonés parecen fundir sus similitudes ideológicas entorno a la admiración de la naturaleza creciendo de tal modo que la distancia que las separa sea imperceptible.
Esta síntesis se puede evidenciar en Mairea donde la aspiración a lo oriental en techos, caminos y jardines nos remite a la filosofía zen y la ascensión espiritual en busca de la sencillez, una diferente visión del lema de Mies Van der Rohe: Menos es más, que Aalto aprobó aún con ciertas reticencias.
Es una lucha constante, pero pacífica, entre lo moderno y lo antiguo, una combinación difícil de llevar a término con tanta claridad y lógica.
Conclusión :
El superficial acercamiento que hemos hecho sobre Villa Mairea nos permite destacar la prodigiosa mentalidad de Alvar Aalto y su reflexión, nunca superflua, sobre los pilares de la teoría arquitectónica y de una característica concepción de la cultura que abarca el conjunto de la vida: desde los pueblos a las grandes ciudades, la naturaleza y la tecnología, y en ella la arquitectura como espacio fundamental en diálogo con el hombre; todo ello, y más, conforma la vivencia humana. La relación de todo ello muestra un verdadero signo de desarrollo cultural.
En particular Villa Mairea funde orgánicamente todos los temas más queridos por Aalto: la renovación de la expresión formal, del espacio y la toma de conciencia de la psicología del futuro habitante, sin olvidar la riqueza arquitectónica del pasado tanto de sus lenguajes como de los materiales siempre con un alto refinamiento.
Mairea es rigurosamente moderna como organismo articulador del espacio pero también con importantes referencias de texturas naturales, metálicas o de hormigón adoptando formas aleatorias y orgánicas.
Vemos como Aalto es una figura, quizás, menos destacada y publicada en los manuales de arquitectura, pero no por ello de reducida importancia. Queremos ensalzar aquí su obra y textos por su visionaria actitud frente al hecho arquitectónico que en muchos casos es de capital relevancia, equiparable a Gaudí o Wright. Igualamos a estos grandes personajes la carrera de Aalto por su apuesta arriesgada y en debate continuo.
Su mayor proeza es la capacidad de aproximar los contrarios de manera tan justa: romántico racional, moderno-popular, nuevo tradicional, natural artificial, libertad geometría y todo de tal forma que desequilibra la ortodoxia arquitectónica en favor de un mensaje poético y progresista.
Todo programa arquitectónico de Alvar Aalto, y visualizado a través de Villa Mairea, nos plantea las grandes preguntas de la arquitectura, esos interrogantes que jamás acaban de ser cerrados por su amplitud, que tampoco hemos osado a determinar con una línea argumental concreta, pero que hemos querido resaltar por su transcendencia en la reflexión del hecho arquitectónico, pero que añaden pequeños datos para una mayor comprensión de lo que supone la arquitectura en el entorno y en la habitabilidad del ser humano.
Esta oleada se difundió por toda Europa a lo largo de los años 30 desarrollando visiones y conceptos desconocidos entorno a la naturaleza misma de la arquitectura y sus componentes.
Durante el periodo de entreguerras se inició un proceso de regeneración de los ideales artísticos tradicionales que se da a conocer como movimiento moderno y concretamente el nacimiento de un nuevo estilo arquitectónico: el estilo internacional.
Aprovechando las innovaciones técnicas del siglo XIX : acero, vidrio y posteriormente hormigón armado, la arquitectura se decantó por estructuras donde la base portante fuese independiente de las paredes de cerramiento, creando así una fluidez espacial y continua que difumina la franja, hasta entonces claramente marcada, entre interior y exterior.
Del mismo modo propugnó un uso honesto y natural de los materiales huyendo de revestimientos que oculten su apariencia y esencialidad.
Ahora la frontera entre el interior y el exterior queda anulada con un contacto absoluto de ambos espacios donde las paredes divisorias ya no responden a funciones estáticas ni estructurales, sino que pasan a ser elementos con total versatilidad y maleabilidad.
Esta indelimitación conecta ambientes con una elasticidad espacial de múltiples combinaciones de división del espacio, rompiendo con la rigidez y compartimentación que caracteriza la arquitectura decimonónica; ahora el espacio se rige por la continuidad fluida de un recorrido sin delimitaciones bruscas.
Desde un punto de vista ideológico funcional observamos también un giro que buscó la renovación social a través de la arquitectura de manera que esta ofreciera unas mejores condiciones de vida, no solo en el ámbito físico sino también un entorno que propiciara el desarrollo mental humano.
Una arquitectura al servicio del hombre, concebida desde y para el individuo.
Es importante también como se exponen nuevos caracteres de comprensión del espacio y su ordenación.
El problema esencial de la arquitectura en este momento es la casa familiar obrera que gracias a inéditos procedimientos constructivos brinda la posibilidad de crear delgados esqueletos estructurales basados en la “planta libre”, premisa fundamental de la concepción moderna del espacio.
Por otro lado, el problema de la vivienda obrera tiene su repercusión en el urbanismo que condujo a la arquitectura a un debate entre criterios cuantitativos y cualitativos.
Los funcionalistas optaron por la casa mínima y la estandarización de la construcción resolviendo dificultades de cantidad; no obstante la arquitectura orgánica se decantó por estructuras en las que la dignidad humana y el mensaje espiritual fueran el eje de su concepción.
Ambas alternativas no son, exclusivamente, diferentes expresiones de gusto sino que la concepción de nuevos espacios, así como la representación del tipo de vida que en ellos se lleva.
La arquitectura se concibe ya no solo como visión artística, sino que tiene un planteamiento social en el centro del cual se encuentra el ser humano en su dualidad cuerpo alma como leif motiv de la creación.
En lo relativo a la composición formal y paralelamente con las vanguardias artísticas, el estilo internacional se opuso al historicismo decimonónico y al decorativismo aplicado, apostando por volúmenes nítidos de superficies tersas y espacios diáfanos, continuos, sin delimitar ni cerrar.
Inclinándose hacia geometrías simples y articuladas que contraponen lo recto a lo curvo, en una comunión de contrarios perfectamente armónica.
Practica asimismo una riqueza expresiva individual, donde cada elemento tiene su propia autonomía e idiosincrasia, aún estando integrado en un conjunto de principios unificadores.
Se adopta una ornamentación que inserta materiales diversos y en contraste, con un fresco sentido del color, que llevan a un conocimiento psicológico del hombre.
Observamos dos vías formales : una de rasgos geométrico racionales y otra más orgánica y humanizada.
Comenzando el siglo XXI es fácil olvidar que nació una arquitectura que ahora nos es tan familiar, pero ese cambio supuso en su momento un giró sorprendente respecto la tradición.
En todo el mundo y, por lo que aquí nos concierne, los países nórdicos tomaron un impulso que capturaba los valores de la industrialización, pero también otros supuestamente eternos: claridad en la forma, proporciones elegantes y poca ornamentación.
Finlandia es una región de gran extensión, de lo contrario es un territorio escasamente poblado debido a que un alto porcentaje de su territorio está cubierto de lagos, pantanos y bosques.
La capa cultural construida es en vastas regiones sólo una delgada película sobre la superficie de una naturaleza imperturbable, con un papel destacado y central en cualquier de las facetas del país.
Es un ejemplo excepcional de la coexistencia entre la naturaleza, el hombre y el progreso.
En cierto modo es lógico, que la arquitectura sea el primer y más importante arte en Finlandia, ya que así lo imponen las coyunturas climáticas.
No obstante la arquitectura se sitúa en una relación silenciosa y respetuosa con su entorno; admirando la realidad natural, entendida como beneficio indiscutible del bienestar humano.
Es una arquitectura pensada para el hombre; eje de toda concepción constructiva y urbanística.
Esto ha dado lugar a un proceder concreto en sus edificaciones en las que siempre ha prevalecido el contacto directo con el mundo natural, en una integración armoniosa entre paisaje y arquitectura, naturaleza y técnica, vínculos que han sido de doble sentido.
En la arquitectura finlandesa es fundamental la unión exterior interior; una relación sin mediación alguna que entorpezca una fusión en la que el uno se integra en el otro en un sentido correlativo, creando un organismo único con partes claramente diferenciadas, pero vinculadas entre si con un mismo objetivo: componer un todo.
Arquitectura y naturaleza interactúan de manera que la una penetra en la otra en un parentesco próximo, fundiéndose pero respetándose.
El jardín como pequeña representación de lo natural es el límite de la vivienda, y su importancia supera o igual cualquier otra estancia; es el espacio de transición entre lo exterior y el refugio con escala en el porche que conduce al hall, como atrium romano, ejerciendo este de organizador central de los espacios.
Es pues, esencial la proximidad a la naturaleza, construyendo estructuras semejantes a pequeñas células en si mismas, pero integradas en un tejido.
Debido a su situación geográfica comprometida, Finlandia se ve totalmente determinada por unos recursos y condiciones meteorológicas limitados, que han hecho de su arquitectura un estilo y cultura con sello propio.
Su atmósfera y neblina crean una densa sensación de soledad que invade al viajero; no obstante esto tiene su repercusión en la arquitectura y el interiorismo. El mismo Alvar Aalto habla de los “dos rostros” de la casa finlandesa.
Uno presenta la unión inmediata con el exterior que pertenece a una tradición más meridional; el otro, “el rostro invernal”, se refleja en los espacios más íntimos mediante “una decoración que acentúa el calor”.
De todos modos su distancia no ha significado un aislamiento respecto a otras tendencias culturales; contrariamente en la arquitectura finlandesa, a pesar de las distancias, es fácil reconocer diferentes influencias venidas desde oriente a occidente, del mediterráneo a la propia Escandinavia.
Los materiales más comunes utilizados para la construcción cambian poco en Finlandia a lo largo de los siglos; en sus edificaciones predominan la madera y la piedra a pesar de que esta siempre sea dura y difícil de trabajar.
Por su parte la madera es fundamental en la arquitectura finlandesa, siendo desde épocas muy primigenias hasta la actualidad el principal material de construcción gracias a la técnica del encastre horizontal de troncos que perduró más allá de los años 40, que se inició su proceso de industrialización del sector.
Por este motivo es fundamental considerar la larga historia de este material y la lógica de cada uno de sus motivos.
La piedra también tuvo su destacado valor sobretodo en épocas medievales, pero con el tiempo el ladrillo rojo adquirirá un gran uso y valor social; incluso construcciones de madera se pintan de rojo para crear la sensación del ladrillo.
Igualmente la pintura fue cambiando de color según los dictámenes de la moda y la importancia de la construcción.
En las primeras décadas del siglo XX, con el cambio de siglo y la independencia de Finlandia (1917) hubo un giró en la línea arquitectónica hacia el racionalismo técnico en el que tuvieron un papel destacado Nyström, Lindqvist y Sonck, que perduró hasta los años 20.
Finlandia procuró crear un estilo propio, debido también a una urgente necesidad de identidad nacional.
Desde este momento hubo una fuerte oleada de clasicismo que recuperó las formas grecorromanas, pero su corta vida dio paso a finales de esta misma década a un pujante funcionalismo que desafiaba las problemáticas de los tiempos modernos y que quería liberalizarse de toda referencia histórica.
Es en este punto cuando encontramos las grandes aportaciones de Asplund, Bryggman y Aalto.
Posteriormente, y ya en fechas actuales, la arquitectura finlandesa ha tomado un papel destaco en el panorama constructivo por su sabia combinación de los elementos más propicios para un bienestar humano plural.
Aalto fue uno de los primeros arquitectos modernos en surgir en Escandinavia y Finlandia, ya desde principios de 1930 se dio a conocer a nivel mundial debido principalmente a su gran éxito con el Sanatorio de Paimo (1929-1933).
En estos años mostró una clara adhesión al funcionalismo; no obstante cinco años más tarde se oponía a él cuidadosamente, vinculándose entonces a un racionalismo humanizado. A lo largo de los años cuarenta y cincuenta tomó forma su versión del nacionalismo finlandés, defendiendo cierto tradicionalismo que se deformó hacia rasgos más monumentales y manieristas.
Nuestro análisis, sin embargo, se centra en esa transición del funcionalismo industrialista a la “humanización de la arquitectura”, punto donde encontramos Villa Mairea, una obra ligeramente excepcional en la evolución arquitectónica de Alvar Aalto.
Hemos tomado este ejemplar por su vanguardista concepción arquitectónica, pero también por la capacidad intelectual del arquitecto en la comprensión del hombre y su entorno. Por ello hemos creído de muy destacada relevancia las reflexiones y escritos del propio arquitecto, no solo sobre el mundo constructivo sino también sobre aspectos sociales, culturales y vitales; por ello hemos integrado de manera textual algunas de sus palabras por su claridad y lucidez.
No se ha pretendido hacer un estudio muy exhaustivo ni detallado de cada uno de los aspectos de la obra; por lo que hemos optado por un discurso más genérico, pero no por ello simplista, sino que intenta englobar y captar los principios del pensamiento arquitectónico de Alvar Aalto.
A la vez, con ello hemos querido hacer también un pequeño esbozo de determinados lugares comunes de la arquitectura que creemos esenciales y que ayudan a una mejor definición y comprensión de la misma. En definitiva, Villa Mairea es la excusa para tratar las bases, que creemos, esenciales y que dan significado a la arquitectura.
Queremos plantear aquí la síntesis de contrarios tan común en la práctica de Aalto: la naturaleza y la arquitectura, el hombre y la ciencia, la tradición y la modernidad.
Una fusión atemporal entre la tradición finlandesa y las formas orgánicas frenadas por un racionalismo que integra respetuosamente la naturaleza como elemento esencial de la estructura arquitectónica; no como mero paisaje o pretexto decorativo.
Pone en debate el funcionalismo y la tecnología como servicios para una más placentera relación con el medio ambiente, no como destrucción.
Esta reconciliación entre arte y ciencia, arquitectura y naturaleza, técnica y hombre es llevada a cualquiera de los ámbitos y procesos del conjunto arquitectónico; desde la topografía, los materiales, las texturas, la luz... a partir de una teoría muy personal, sobre estos conceptos y la habitabilidad del ser humano en el entorno natural, siempre apoyada en textos del propio Aalto.
Villa Mairea se debate entre lo antiguo y lo moderno, entre lo finlandés y lo extranjero. Una única dicotomía agrupa el resto de debates desarrollándose a lo largo de toda la obra: la máquina y la naturaleza; constante en su trayectoria, pero también fundamental en Villa Mairea un trabajo considerado peculiar; pero que mantiene y adapta las esencias del pensamiento aaltiano. Villa Mairea es, en palabras del propio Aalto, un opus con amore.
Naturaleza vs. Arquitectura :
Lo que justifica el hecho arquitectónico es la necesidad humana de habitar, concebir espacios confortables que permitan que sus actividades puedan desarrollarse con buen termino.
No obstante, este no es el único objetivo a tener en cuenta, ya que del mismo modo deberá cumplir unas funciones biológicas y prácticas, pero también condicionadas por factores culturales, estéticos, técnicos y económicos, que no pueden ser olvidados.
No se hace arquitectura con uno solo de estos principios, sino con un balance armonioso en el que todos tengan su particular participación que permitan un equilibrio entre el arte y la técnica, siendo útil a su destinatario pero también acorde con el medio que le rodea.
El hombre desde sus orígenes más primigenios fue capaz de ir contra la naturaleza para adaptarla a sus intereses y necesidades dando lugar a una contradicción constante y perdurable a lo largo de los siglos entre el hecho natural y el artificial, cuando los dos actos tienen esencias diferentes y no son susceptibles de ser comparados.
Tomando la arquitectura como paradigma de la artificialidad característica de lo humano, queremos plantear la relación que se establece con la naturaleza.
Nos preguntamos pues, si la arquitectura debe ser la expresión del dominio del hombre sobre la naturaleza o si por el contrario, debería ser una respuesta a la realidad del lugar donde se sitúa.
Debe mostrar la arquitectura su esencia artificial o debe disfrazarse en el mundo natural?
Parece indiscutible que la arquitectura es un acto artificial, es violenta con el paisaje, no debe negar su carácter de no naturalidad ni de urgencia para la vida humana, pero no por ello su actitud debe ser tan aniquiladora; creemos pues que es fundamental un replanteamiento de los parámetros que evalúan la arquitectura; ello no implica la perdida de condicionantes de cualquier otra índole, que son también de gran relevancia en la arquitectura local y exclusiva de cada zona.
Hoy es urgente afrontar esa escisión inevitable entre lo natural y lo artificial en busca de una conciliación de las necesidades de la sociedad con el resto de especies del planeta.
El siglo XX es el mejor ejemplo de esta dualidad de la arquitectura, ya que estas cuestiones entorno a la presencia de lo artificial en la realidad natural se plasman de manera muy evidente debido a un auge urbanístico in crescendo.
La ciudad es el símbolo de la victoria destructiva del hombre sobre la naturaleza, es el signo de una exaltación tecnológica.
Sin embargo, como asentamiento urbano en el que la industria y la máquina han intervenido decisivamente, acusa sus efectos en el ámbito urbanístico, arquitectónico y visual.
La metrópolis se erige como una nueva imagen, un emblema de la nueva modernidad principalmente representada por el rascacielos.
Siguiendo las premisas cartesianas, la ciudad como problema, se descompone por zonas, funcionando como una máquina productiva; el delirio máximo del racionalismo lleva al intento de planificar la inmensa complejidad de una ciudad mediante la descomposición de estructural formales y funcionales simples.
Obviamente esto tuvo una fuerte repercusión en la organización de los medios urbanos y, ante la tendencia cada vez más asfixiante de centros sociales que cumplían las tareas antes domésticas, se observa una reducción del espacio privado del hogar.
Esto se acusa no solo en la arquitectura sino también en el urbanismo y las relaciones sociales.
A partir de los años 40, desde la propia arquitectura hubo una contestación a esta confianza desmedida en la razón y ese utopicismo se vuelve en distopia.
El racionalismo entra en crisis y nace así, una arquitectura más naturalista, más humana, más empirista; lo que conocemos como arquitectura orgánica; es en este momento donde encontramos a Alvar Aalto; un pionero en este nuevo pensamiento que plasma no solo a través de sus obras sino también de sus escritos.
Y Villa Mairea es el primer paso, el primer indicio de esta nueva mentalidad.
Aalto era un optimista del progreso, no obstante no parecía tener demasiada fe en ese progreso tan venerado a principios del siglo XX, por lo que presenta una teoría humanizada de la ciencia, en la que la ciencia es un instrumento para el individuo y no a la inversa.
Esta visión menos violenta nos sentaría perfectamente a este nuevo siglo que hemos iniciado, por lo que debemos ensalzar la capacidad visionaria de un hombre que supo ver los temores de un mundo en constante movimiento, pero que había cometido el tremendo error de olvidar que el hombre es el dueño de la máquina y no su esclavo.
Se esmeró siempre por poner la tecnología al servicio del individuo, y no por ello suprimirlo. Junto a la naturaleza adaptó la arquitectura, sin desaparecer en ella, sino contraponiéndose y articulándose de forma mutua.
La tecnología para Alvar no tiene sentido sin un carácter humano que la rija y por ello niega que la arquitectura sea una técnica, la arquitectura es una forma de creación supra técnica, ya que en ella se aglutinan muchos otros factores, es una tarea de combinación de miles de vitales funciones humanas.
Suponemos que Aalto temía de la deshumanización de la arquitectura, a la que le otorgaba una misión que abarcaba mucho más de lo meramente constructivo; le exigía una coherencia urbanística y social, una comprensión de la sociedad, las ciudades y sus costumbres.
Esa es la doble vertiente de la arquitectura, no puede liberarse de las contingencias humanas (...), sino que al contrario, debe aproximarse a la Naturaleza, (...) la expresión arquitectónica debe desarrollarse con la misma libertad que las bellas artes, pero permaneciendo ligada al hombre y sus exigencias.
Plantea una relación orgánica entre el edificio y la naturaleza incluyendo en ella al hombre como ser central de este triple enlace.
La naturaleza es para Aalto el origen y máximo símbolo de la libertad, de este modo debe ser el soporte de nuestros proyectos proporcionando una amplia riqueza de combinaciones formales en “crecimiento orgánico” que si pueden ser el modelo de una posible estandarización arquitectónica.
Es lo que Giedion denomina un “irracionalismo-orgánico” a lo que Dorfles ha contrapuesto como “organicismo-racionalizado”; en definitiva una relación armónica entre la razón y un sentimiento más próximo al mundo natural.
Situada en el claro de un bosque de pinos, encontramos esta seductora villa, cuya manifestación en el entorno es discreta y tímida sin espectacularidades aparentes.
En este edificio es evidente la constante reflexión sobre el hecho arquitectónico a la hora de concebir su estructura y localización, es tan importante la estructura como el espacio donde se encuentra.
La arquitectura es comprendida como un entramado biológico, con sus células y su núcleo donde todo tiene sus conexiones en función de un todo.
En general, se observa la idea de tratar la arquitectura y su interior como metáfora y analogía de la naturaleza.
“La arquitectura -explicaba Aalto- debe ofrecer en todo momento los medios para posibilitar una relación orgánica entre edificio y naturaleza.
La naturaleza es, en el fondo, un símbolo de libertad”.
Villa Mairea trasmite esta libertad; una casa que en su máxima esencia está el ser vivida y también contemplada, ya que la contemplación es inherente a la vivencia y no a la crítica distante.
Mairea es un ejercicio de horizontalidad a ras de suelo, donde las diferentes estructuras se combinan como un amalgama celular único y unitario compuesto por naturaleza y arquitectura, donde la linde entre uno y otro es casi imperceptible. La naturaleza se convierte en parte activa del edificio.
Aalto es capaz de combinar con maestría masas anchas horizontales y superficies verticales como una abstracción del paisaje finlandés.
La articulación espacial del edificio tiene un doble juego; en relación con su entorno pero también sobre si mismo y su propio interior; posee una doble personalidad que le otorga una relación directa y estrecha con lo natural pero a la vez le permite cierto distanciamiento.
Plantea una distribución orgánica equivalente a las estructuras biológicas de la naturaleza y la arquitectura interpreta el mismo papel que cualquier otro elemento del mundo natural.
De forma supeditada también incluye la naturaleza en su lenguaje arquitectónico, mediante una agrupación orgánica de habitaciones, formas libres, no geométricas y la interacción entre la edificación y el entorno natural.
La forma curva es la clave de un proyecto esencialmente orgánico donde el estudio de los recorridos exteriores permite una ordenación del edificio, que nos lleva de lo natural a lo artificial sin una transición brusca.
Se sumerge en una naturaleza virgen con itinerarios sinuosos, evitando la rigidez y el contacto demasiado directo con la arquitectura, la organización de la planta en su espacio se presenta de modo tangencial, evitando enfrentamientos frontales.
La metáfora de la naturaleza bajo la apariencia de la línea curva es clara, mas se opone de manera armoniosa al racionalismo de la arquitectura; es la equilibrada combinación entre lo emocional y lo racional.
La planta se erige como un elemento artificial dentro de lo natural, es pues, el paso de la naturaleza a la arquitectura; su estructura semi cerrada crea una unidad circunscrita, integrada en la naturaleza de la que parece protegerse, preservando su independencia.
Se sitúa en el espacio como un elemento independiente y autónomo, sin embargo se deja empapar por el exterior participando de lo natural.
La forma de herradura de caballo de la planta se abre hacia el centro vacío del bosque, sumergiéndose en lo natural creando serpenteantes caminos, la naturaleza es el organizador del conjunto.
La estructura establece diferentes grados de relación con lo natural; desde un absoluto aislamiento respecto de la naturaleza, pasando por una convivencia entre ambos para pasar a una anulación de lo arquitectónico para fundirse en la naturaleza.
Son tres fases de un trayecto que pauta una transición de lo artificial a lo natural sin rupturas forzosas. Un ejemplo de ello es el camino transcurrido desde la estructura del edificio a la piscina nos explica la transición de lo artificial a lo natural, hasta llegar a la sauna, el primer contacto directo entre lo típicamente finlandés y la naturaleza, donde la madera, el agua y el vapor se funden en el cuerpo del hombre; es un espacio de libertad y reposo personal; finalmente es la piscina la que establece esa unión directa con la naturaleza; su perímetro nos remite directamente el lago finlandés y a la importante presencia de lo vegetal, el agua y la roca en la tradición constructiva de Finlandia.
En su arquitectura, los materiales y sus texturas son fundamentales, pero igual de importantes son la tierra, el agua, el viento y el sol; un contacto directo con la naturaleza viviente que pretende preservar el bienestar físico y mental; para ello siempre fue factible la facilidad de acceso a los bosques a través de espaciosas terrazas.
Esto permite la mudanza de un ámbito al otro.
Aalto muestra cómo la arquitectura nace de la naturaleza y a la inversa; una disolución donde ambos componentes se realimentan en el proceso de creación y dan lugar al conjunto.
De este modo Aalto otorga al arte un valor indiscutible, una esencia semejante a la de la naturaleza, son dos mundos naturales autónomos, con una idiosincrasia y unidad biológica propia con una influencia recíproca que permite una profusión de formas exuberantes que da resultado a millones de combinaciones flexibles donde no cabe lo estereotipado
Esta aproximación delicada al mundo natural lleva a Aalto a un uso congruente de los materiales que la misma riqueza local ofrece, y es en Mairea donde esta actitud se hizo universal en la carrera de Alvar, con un absoluto aprecio por los elementos simples y directos; desde la madera, al cristal, al cuero... como texturas que matizan el espacio vacío y luminoso que propone la arquitectura moderna.
Conoce bien las posibilidades de los materiales y sistemas constructivos nacionales, aunque renovará sus usos dándoles un aire nuevo.
La naturaleza le propone a Alvar una amplia gama de medios materiales, que con gran sutileza manipula respetando siempre su uso y su propio vocabulario formal.
Mairea es el prototipo aaltiano del naturalismo, no exclusivamente por la relación espacial con la naturaleza, sino que es también comprendido por el uso de sus recursos materiales.
En ella se combinan de forma yuxtapuesta, y eso sea quizás el gran mérito, el hormigón más tecnológico con la madera más pura; se puede apreciar tanto en el interior como en las fachadas.
La madera, en diferentes variantes, es el elemento de mayor importancia en la villa, brota espontáneamente en delgadas y esbeltas planchas verticales que integran el bosque en la casa, la habitan; es la máxima expresión de la integración de lo natural en la arquitectura.
Muchos son los detalles en los que vive este naturalismo de raíz oriental, con un carácter casi espiritual, que hace de la naturaleza un ser todopoderoso; sin embargo lo más destacado es esa cohabitación espacial entre lo natural y lo artificial que Aalto consigue de manera majestuosa.
Una amplia capacidad de enlazar actitudes tan contrarias en una síntesis de solución no solo bella, sino nacida desde el intelecto para ser funcional pero también tranquilamente apasionante.
Hombre vs. Racionalismo :
Hasta cerca de los años setenta, la producción científica y tecnológica no era cuestionada, es decir, la ciencia era el conocimiento verdadero y todo cuanto desarrollaba era considerado como bueno para la sociedad y para el hombre.
Nadie que no estuviese introducido en este mundo era capaz de criticar o poner en cuestión los avances científicos o tecnológicos, esto era el progreso, la única solución para avanzar la humanidad en todas sus vertientes: militar, económica, y social.
Hablamos aquí de saber científico, como definición general, marcado por una razón dogmática y rígida que a principios del siglo XX nace de forma efervescente entroncando principalmente con la razón analítica, aquella que se basa en procesos lógicos y matemáticos que tienden a la abstracción.
Es un momento culminante en la búsqueda por la utilidad, con la premisa de que la forma es un resultado de la función.
Wittgenstein escribió “el significado es el uso”.
Este uso genérico del concepto de “ciencia” aludiría de manera más acotada al fenómeno arquitectónico del racionalismo, del que aquí nos ocupamos.
En un principio el funcionalismo fue comprendido como una aplicación al sistema industrial, pero esos mismos métodos fueron reconducidos a la esfera de lo humano y psicológico; es en esta atmósfera donde el hombre queda relegado a un segundo plano, un engranaje más del sistema; como ya lo aventuraban Charles Chaplin en sus “Tiempos Modernos” o Fritz Lang en “Metropolis”: A pesar de ello nada ha cambiado, sino que se ha incrementado bajo una falsa apariencia de libertad y democracia que han hecho del hombre un cyborg, una mixtura de computadora, hombre y animal.
El arte en general, y la arquitectura en particular, viven un momento de mito alrededor de la sociedad científica y racionalmente ordenada; experimentan entorno a un método de subdivisión el mundo en entidades elementales.
Esta compartimentación funcional no tiene en cuenta la vivencia humana; es únicamente la solución de un problema social y cuantitativo que olvida en todo momento el fin de sus objetivos. Esta actitud de descomposición y elementarismo del racionalismo se mantiene aumentada en las arquitecturas postmodernas del high-tech.
Pronto el racionalismo empezó a acusar su extremismo y sobretodo después de la Segunda Guerra Mundial fue interpretado como un mecanismo de empobrecimiento de la realidad; señaló Walter Benjamin que la razón y el progreso tiene un carácter ambivalente; si por un lado el desarrollo tecnológico y el aumento de la socialización comportan una mejora de la vida humana; por otro lado, son instrumentos para un más perfeccionado plan de dominio del hombre y de explotación de la naturaleza.
Aalto comprendió que esta civilización industrial traía consigo nuevos problemas, y abrió los ojos ante un devastador racionalismo que él mismo practicó, pero que abandonó por su doble acción estandarizadora: arquitectónica y humana; decidiéndose por valores más humanistas.
El propio Aalto dijo: “El hombre pequeño se encuentra atrapado entre la nueva eficiencia y la antigua versatilidad”; y así es, el individuo se haya desconcertado en un nuevo espacio, que no domina, a pesar de su talante de cómoda accesibilidad, pero realmente es un elemento de control social que marca nuevos comportamientos comunes.
Aalto plantea la arquitectura como una rama del conocimiento científico-técnico, ligeramente desvinculada de ese maquinismo preponderante, para dar una visión de lo arquitectónico como un hecho con carácter más humanista, más próximo y directo al hombre que podría extrapolarse al conjunto de toda la ciencia.
Con ello, no quiere decir que se negara a los aspectos positivos del industrialismo, pero si luchó por un empleo de lo científico que fuera más humano y diverso; alejado de cualquier uniformidad y monotonía, optando por una “prefabricación flexible” de la arquitectura, análoga a las estructuras de la naturaleza; permitiendo una sociedad más igualitaria, con una mayor independencia individual.
La naturaleza es la gran fuente de creatividad, guiada por el sentido y los sentimientos que le llevan a una estandarización “descentralizada”.
Es posible usar la estandarización y la racionalización en beneficio del hombre. La cuestión está en qué deberíamos racionalizar (...), desarrollar una estandarización elástica que no signifique un control sobre las personas, sino que esté bajo nuestro dominio (...), una estandarización con rostro humano. Podríamos crear algo que ofreciera más al hombre (...) es una cuestión de espíritu, del alma, una cuestión sobre lo que es la función del intelecto en la estandarización.
Según Aalto el racionalismo debe ampliar y profundizar sobre su propia idea con el fin de alcanzar un ambiente más amable para el ser humano y para ello es importante tener en cuenta las “exigencias psicológicas” del individuo evitando así resultados inhumanos.
La socialización de Alvar Aalto se debe también a un fuerte impulso y deseo de búsqueda de una identidad nacional que atañe tanto a lo social como a lo artístico.
La arquitectura como medio unificador de lo social y lo artístico solidifica las bases de un patriotismo que se halla en plena gestación.
La vocación y ambición principal de Aalto nunca fue proyectar grandes obras para el confort de una pequeña clase privilegiada, sino que su compromiso por una sociedad democrática le condujo a una investigación que permitiera a todo hombre un hogar decente garantizado, una “vivienda mínima”.
La inédita articulación de los espacios públicos requiere “re-crear” el orden que es vital para una comunidad socialmente organizada; actuando como modelo tanto para la vivienda individual como para los conjuntos de viviendas.
Se olvida al hombre (...) Y, sin embargo la arquitectura verdadera sólo se puede encontrar donde se pone al hombre sencillo en el centro. Esa es su tragedia y su comedia.
Ante su poética arquitectónica de carácter social hallamos esta encantadora villa, ejemplo de una irregularidad intencionada, una licencia dentro de su evolución.
No se trata de una obra fruto de la absoluta reflexión; en ella se halla también el talento improvisador de Alvar Aalto que se sitúa entre el funcionalismo internacional y la degeneración hacia el organicismo.
Villa Mairea es un caso distinto. Su petición viene dada desde la clase acomodada y se aleja de los ideales socializantes de la arquitectura aaltiana; no obstante, a pesar de ello Aalto nunca olvida al individuo en sus construcciones, ya que es tarea del arquitecto conferir a la vida una estructura amable y beneficiosa para el hombre.
Para Aalto, es el hombre el punto de partida de toda arquitectura, donde cada solución es un compromiso que se puede alcanzar más fácilmente si se observa al hombre en su extrema debilidad.
Nos ofrece así una nueva arquitectura que se basa en métodos socio-artísticos, extendiéndolos a la comprensión de los problemas psicológicos, profundizando en el conocimiento del hombre como ser desconocido.
El sujeto humano, como tal, se sitúa en unas coordenadas espacio-temporales que le otorgan una presencia en el mundo; es pues la arquitectura la encargada de apaciguar la lucha entre el hombre y la naturaleza; y no es el racionalismo el mejor intermediario, de manera que la arquitectura debe humanizarse para ser más afín con el entorno natural.
El funcionalismo técnico sólo tiene razón de ser si se extiende también al campo psicofísico. Es la única manera de humanizar la arquitectura.
Los clientes, el matrimonio Gullichsen, industriales madereros muy importantes en el país y entusiastas del arte, buscaron una casa que plasmara los ideales vanguardistas de la época: “una casa moderna, experimental y que estuviera comprometida con el siglo XX”.
Maire Gullichsen, pintora de vanguardia descubrió en Aalto sus intereses plásticos cercanos a Picasso, Matisse o Léger, y en 1937 le solicitaron el proyecto de la construcción de su casa en Noormakku; en Finlandia occidental.
Esta conexión con el mundo artístico se intentó plasmar en el edifico confiriéndole un énfasis más profundo y humano, dando paso también a una experimentación de nuevas posibilidades para la arquitectura, así como un estudio de las relaciones entre arquitectura y vanguardias.
Los futuros habitantes son el motor que ha dado lugar a esta creación, y a través de la amistad con el arquitecto, en un contacto constante supo captar las ideas de unos jóvenes modernos que anhelaban una nueva concepción de edificio.
No por ello, Aalto abandonó sus creencias arquitectónicas y fue fiel a ellas.
Villa Mairea contrapone al hombre frente a este violento racionalismo, pero da pie a una buena convivencia en la que la naturaleza propicia una mejor atmósfera que no solo beneficia al estado ánimo de sus habitantes sino también a un mejor diálogo con la arquitectura.
De este modo pone en crisis el formalismo racionalista, en favor de un equilibrio y variedad de formas que la retícula moderna coarta.
No abandona la línea recta, pero si que la combina con siluetas ondulantes. Ofrece una ordenación espacial de elementos contrarios sin necesidad de seguir la estricta red propuesta por los modernos, permite una asimetría de las masas con formas voluptuosas y ergonómicas.
En palabras del propio Aalto: “En esta construcción nos hemos esforzado por evitar un ritmo arquitectónico artificial”. La línea curva como imagen máxima de lo natural se enfrenta a las estructuras racionales de la arquitectura, es la combinación perfecta entre lo emocional y lo racional; estos dos polos no permanecen aislados e independientes sino que se crea un nuevo elemento que da paso a un tercer concepto, es la deconstrucción de contrarios a favor de nueva idea que englobe a los dos.
Mairea nos consagra una visión naturalista de la arquitectura, aún también con un orden cartesiano al estilo constructivista que se identifica con la idea de progreso tamizada por la visualidad humanista de Aalto.
Tradición vs. Modernidad :
A lo largo de toda la Historia del Arte el paso de un estilo artístico a otro se ha caracterizado por su ruptura con la moda inmediatamente anterior y de este modo se han ido sucediendo los periodos artísticos en una negación del pasado y la afirmación del nuevo presente. Sin embrago, el paso de una tendencia a la otra implica la creación de una ideología que nace fundamentada en una recuperación de unos nuevos valores que provienen de la reinterpretación de lo antiguo.
Es este contacto permanente entre presente y pasado lo que hace extender el conocimiento, es siempre un redescubrimiento y ampliación de la tradición cultural.
Baudelaire ya lo decía: “La modernidad es lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente, la mitad del arte, cuya otra mitad es lo terno y lo inmutable”
En 1900, con el inicio del nuevo siglo, nació una novedosa cultura: la vanguardia, surgida desde las clases sociales burguesas.
Se construyó como un sistema libre y diferenciado respecto todo lo anterior, centrada en valores científico-técnicos con un fuerte antagonismo por la cultura tradicional, oponiéndose a cualquier historicismo; quisieron crear una cultura del presente dirigida al futuro, surgida a partir de una sociedad todavía en edad infantil.
Vitoreaba un fresco sistema que desbancara todo aquello pasado e instaurado, pero su discurso acabó por convertirse en un programa tedioso y conservador.
Esa férrea autoafirmación, infundamentada y ausente de tradición ha hecho que se perdiera toda su energía y sustancia radical. Igualmente su intención integradora entre el arte y la vida fue un deterioro insistente que llevó a un gran nihilismo cultural de la sociedad moderna.
Es este vació de contenidos lo que mejor a definido el sueño utópico de un programa cultural moderno que cayó en decadencia debido a la suma de diversos factores que hicieron que la vanguardia dejara de tener razón de ser.
Braque ya anunciaba que “ el provenir es la proyección del pasado condicionado por el presente”
En las primeras décadas del siglo XX, con la aparición estelar del movimiento moderno, parece olvidarse de la tradición del siglo XIX cuando muchas de las innovaciones de aquel siglo se deben a una recuperación redefinida de las aportaciones del pasado. Aalto, sin embargo es consciente de sus fuentes y orígenes; parece no perder el horizonte ante el hechizo de lo moderno.
La fascinación a nivel mundial, y concretamente de los Gullichsen, producida por la Fallingwater de Wright (1936), así como su nuevo planteamiento y presencia en la naturaleza pesó sobre el encargo de Aalto.
Sin embargo, pronto emergió una nueva síntesis que hizo modificar el proyecto inicial.
Aalto consiguió una arquitectura que combina lo racional y lo emocional, con antiguos recursos reformados que dan lugar a una amplia gama de posibilidades expresivas para la arquitectura.
Villa Mairea está impregnada de una revolución consciente contra los motivos constructivos y funcionales que el racionalismo precoz cultivaba hasta el extremo.
Critica la obsesión del Movimiento Moderno por el mundo de las formas, cayendo en excentricidades infundamentadas, cuando tendría que ocuparse de indagar en dar un aspecto más alegre y personal a la arquitectura.
Aalto fué participe directo en la revolución arquitectónica; sin embargo posteriormente pareció distanciarse de la nueva arquitectura por abandonar su tarea investigadora en favor de una dictadura formal.
Aalto plantea aquí una deconstrucción, al puro estilo de Derrida, de las pautas modernas donde por encima de todo el de-construir no es un acto destructivo o de negación, sino que posee un sentido creativo que implica una nueva alternativa.
De este modo se ponen en tela de juicio las posiciones estilísticas y de articulación arquitectónica de la modernidad enriqueciéndola con una novedosa actitud hacia los materiales y con un concepto distinto del lujo.
En este aspecto radica la gran aportación y modernidad de Villa Mairea, en polemizar entorno del presente con una inédita actitud hacia el futuro, sin olvidar el pasado y la cultura autóctona.
En Mairea se ha buscado una forma completa y consistente, no surgida de una exacerbada ansia de originalidad, dice él textualmente: “Sólo cuando se llega a la forma al mismo tiempo que al contenido o en estrecha combinación con él, podemos hablar de un paso adelante, pero entonces la forma como elemento separado ya no nos interesa” .
De este modo exige una razón solidaria de los diversos elementos y solo esa correspondencia se alcanza a través del arte; es lo que da valor a los aspectos técnicos.
La forma es un misterio que elude la definición pero que hace sentirse bien al hombre a diferencia de la mera ayuda social.
La forma es el fin, no el origen, de un proceso extenso y complejo en el que principalmente ha de existir la presencia humana por encima de cualquier otra cosa. Aalto afirma que “los problemas más difíciles no están en la búsqueda de una forma para la vida actual, sino más bien del intento de crear formas que estén basadas sobre verdaderos valores humanos”
El empleo de cualquier condicionante formal es para Alvar un impedimento para la arquitectura ya que degrada su esencial significado y eficacia en su participación plena con la naturaleza.
Por lo que podemos inscribir perfectamente a Aalto en la poética de Adolf Loos por la cual el ornamento produce cierta decadencia cultural, no obstante en el caso de Villa Mairea esta afirmación tendría ciertos matices.
En Villa Mairea nos atreveríamos a decir que es el punto de inflexión en la carrera de Alvar, ya que en ella podemos entrever ciertos rasgos que podríamos clasificar como modernistas por su declarada asociación con la naturaleza de la que hasta entonces permanecía más distante.
Mairea presenta el rupturismo y provocación de las vanguardias con rasgos propios del funcionalismo, pero también del cubismo francés o del esencialismo formal de Brancusi, Arp o Klee, es una mezcolanza pertinente y argumentada.
La sensualidad de las formas nos remiten a la vez al perfil del lago finlandés, así como la figura femenina o la guitarra, un elemento reiterado en los collages cubistas, tan afines al matrimonio Gullichsen.
Vemos esa dualidad entre lo antiguo y lo moderno integrado con absoluta elegancia, que no pierde la validez del pasado por la búsqueda de una extravagancia sorprendente, sino que existe una investigación entorno al pasado enfocado hacia el futuro.
Para Aalto el pasado no es solo una referencia cultural sino que es una fuente constante de conocimiento, que debemos contemplar sin prejuicios pero manteniéndonos fieles a nosotros mismos, y bajo la interpretación personal nos conducirá a la modernidad inconsciente y no a una singularidad fingida.
“Ser diferente no es contradictorio con lo anterior.
Al contrario, sólo un contexto en el que los elementos inorgánicos y obsoletos hayan sido eliminados puede hablarse de personalidad”
Niega el tradicionalismo que radica de manera exclusiva en la forma y potencia una tradición genuina basándose en la larga y rica tradición de las artes aplicadas como fuente destacada de estudio.
Lo pasado nunca renace. Pero tampoco desaparece por completo. Y lo que ha existido alguna vez siempre reaparece bajo una nueva forma.
El error está en el desconocimiento de las leyes que relacionan la tradición con la labor creativa presente porque los vínculos entre uno y otro son en ciertos casos bastante evidentes.
En Villa Mairea esto se ve agudizado por la proximidad al mundo artístico de los propios clientes.
Del mismo modo Aalto muestra su arraigo a la tierra a través de los ingredientes locales y toscos de su Finlandia natal que justificados con gran refinamiento han dado lugar a un lenguaje formal coherente pero innovador, que demuestran un agudo entendimiento de las particularidades de cada lugar.
En Mairea, la forma esta elaborada partiendo no solo de las nuevas corrientes sino basada también en la tradición local, por lo que hay una ausencia de voluntad de una ruptura polémica con el pasado finés, estableciendo lazos con la cultura popular autóctona; con un movimiento nacional consciente de las diferentes poblaciones, economías, geografía y sociedades del país.
Lo natural y lo artesanal propio de Finlandia prevalece por encima del industrialismo universal, llevándolo a la categoría de exquisitez, donde la tradición romántica finlandesa y la personal noción de la estética nipona llevan a Aalto a una particular apariencia arquitectónica.
Lo finlandés y lo japonés parecen fundir sus similitudes ideológicas entorno a la admiración de la naturaleza creciendo de tal modo que la distancia que las separa sea imperceptible.
Esta síntesis se puede evidenciar en Mairea donde la aspiración a lo oriental en techos, caminos y jardines nos remite a la filosofía zen y la ascensión espiritual en busca de la sencillez, una diferente visión del lema de Mies Van der Rohe: Menos es más, que Aalto aprobó aún con ciertas reticencias.
Es una lucha constante, pero pacífica, entre lo moderno y lo antiguo, una combinación difícil de llevar a término con tanta claridad y lógica.
Conclusión :
El superficial acercamiento que hemos hecho sobre Villa Mairea nos permite destacar la prodigiosa mentalidad de Alvar Aalto y su reflexión, nunca superflua, sobre los pilares de la teoría arquitectónica y de una característica concepción de la cultura que abarca el conjunto de la vida: desde los pueblos a las grandes ciudades, la naturaleza y la tecnología, y en ella la arquitectura como espacio fundamental en diálogo con el hombre; todo ello, y más, conforma la vivencia humana. La relación de todo ello muestra un verdadero signo de desarrollo cultural.
En particular Villa Mairea funde orgánicamente todos los temas más queridos por Aalto: la renovación de la expresión formal, del espacio y la toma de conciencia de la psicología del futuro habitante, sin olvidar la riqueza arquitectónica del pasado tanto de sus lenguajes como de los materiales siempre con un alto refinamiento.
Mairea es rigurosamente moderna como organismo articulador del espacio pero también con importantes referencias de texturas naturales, metálicas o de hormigón adoptando formas aleatorias y orgánicas.
Vemos como Aalto es una figura, quizás, menos destacada y publicada en los manuales de arquitectura, pero no por ello de reducida importancia. Queremos ensalzar aquí su obra y textos por su visionaria actitud frente al hecho arquitectónico que en muchos casos es de capital relevancia, equiparable a Gaudí o Wright. Igualamos a estos grandes personajes la carrera de Aalto por su apuesta arriesgada y en debate continuo.
Su mayor proeza es la capacidad de aproximar los contrarios de manera tan justa: romántico racional, moderno-popular, nuevo tradicional, natural artificial, libertad geometría y todo de tal forma que desequilibra la ortodoxia arquitectónica en favor de un mensaje poético y progresista.
Todo programa arquitectónico de Alvar Aalto, y visualizado a través de Villa Mairea, nos plantea las grandes preguntas de la arquitectura, esos interrogantes que jamás acaban de ser cerrados por su amplitud, que tampoco hemos osado a determinar con una línea argumental concreta, pero que hemos querido resaltar por su transcendencia en la reflexión del hecho arquitectónico, pero que añaden pequeños datos para una mayor comprensión de lo que supone la arquitectura en el entorno y en la habitabilidad del ser humano.
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